Escolopendra, Escolopendra... - Editorial
Poetas mayores y menores, regalos inolvidables y otro festín de versos
Siempre
ocurría en verano, o en los días más cálidos de la primavera, y a veces
una gran luna nos acompañaba y nos hacía pensar en Li Po: “...bebo e
invito a beber a la luna, con ella y con mi sombra seremos tres” <
Cultura China>
También se bebía un poco de vino: algunos tenían en la mano un vasito de plástico blanco
me producen una incontable cantidad de sensaciones que me acompañan en
las madrugadas o en las oraciones de la tarde entre mis
parrales...">.
Y
esa era toda la fiesta que tiene guardada mi memoria, escuché leer bajo
la luna y entre los árboles a poetas grandes, medianos y mínimos, y
entendí que lo “mínimo” también hace magia, y que por algo “J. L. B.”
tiene un poema llamado “A un poeta menor de la antología” y otro
titulado sencillamente “Un poeta menor”.
Yéndonos de los versos -pero relacionado con ellos, ya van a ver por qué- contaré una de mis historias.
Anécdota muy ilustrativa
Un día me sucedió regalar un libro al que, de fábrica, le faltaban palabras.
No
era un defecto demasiado importante, el nombre de un poema estaba en
blanco por esos accidentes inevitables, en ocasiones, de la tinta y la
imprenta.
Intenté reparar el error -aunque sabía que mi amigo Enrique se daría cuenta de inmediato, pero yo no quería ocultarle el parche.
Dibujé
con tinta china, con mi mejor caligrafía, las palabras “Milibares de la
tormenta”, que tal era el título faltante del escrito de Aimé Cesaire
que figuraba en esa página y que copio para ilustrar la maravilla de
este genio de la Martinica llamado “el poeta de la negritud”,
surrealista por vocación y longevo por gracia de Dios :
“No apacigüemos al día y salgamos a cara descubierta
cara a los países desconocidos que interrumpen el canto de los pájaros
la asechanza se instala a lo largo de un ruido de confines de planetas
no prestes atención a las orugas que tejen
una carne sutil con hombros y senos posibles
sino sólo a los milibares que se plantan en el ojo de una tormenta
para liberar el espacio donde se yerguen el corazón de las cosas y la llegada del hombre
Sueño no apacigüemos
entre los clavos enloquecidos
un rumor de lágrimas que se dirige a tientas hacia el ala inmensa de los párpados”.
El
arreglo que hice quedó bastante bien: se notaba que había intentado
reparar un “error de fábrica”, el libro acababa de ser adquirido por mí,
y, además, era hermoso <“física” y “espiritualmente”>.
Pasó
un año y medio y en un cumpleaños alguien me lo regaló, supe que era el
mismo ejemplar precisamente por el arreglo que yo le había hecho al
escribir en tinta china.
El obsequiante no era Enrique sino otra
amiga, llamada Milita, de quien ni siquiera yo hubiera sospechado que
conocía a Enrique, por lo que entré en averiguaciones, y era verdad, ¡no
se conocían!
¡El libro había pasado por muchas manos antes de regresar a mí!
Estaba intacto, con un nuevo papel de celofán y un moño rojo con ribetes verdes.
Lo agradecí, y ahora lo tengo entre mis preferidos, a mi lado para siempre, imprestable por decisión mía.
Es
la Antología de la poesía surrealista, de Aldo Pellegrini, publicada
por editorial Argonauta, en cuya tapa hay una boca de espléndidos labios
sobre fondo rojo, de Man Ray, el gran fotógrafo.
Por Mora Torres
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