La Nochebuena de mi nostalgia - Editorial
¿Algunos de ustedes conocen historias sobre el árbol de Navidad? (Qué fue la Estrella de Navidad). Yo sí, pero las he repetido tanto que ya me han aburrido (Fatiga y aburrimiento), y he escuchado hablar de otras tan espléndidas… (La princesa que creía en los cuentos de hadas…).
Cómo me perturban la Navidad (
La Navidad en Venezuela), la Nochebuena, cómo me espían por todos los rincones y los ojos de buey que dan hacia mi infancia.
En esos paisajes móviles de mi memoria siempre estamos mis hermanos
y yo en un lugar sin tiempo y -aunque lugar- casi sin espacio, donde
la luz es sagrada porque viene de nuestra propia e inocente luz de
niños, también con una sensación de algo sagrado en el pecho (
Recuerdos). ¡Qué enormes eran esas navidades, la Nochebuena y el Niñito!
En mi primera infancia, hasta los diez años míos (
Fragmento del diccionario de la evolución),
éramos tres hermanos, casi de la misma edad los tres, que vestidos
iguales -recuerdo unas remeras a rayas y unos pantalones blancos para
los muchachos y una falda blanca para mí- salíamos a saludar a los
vecinos, a la maestra, al cura (
Cultura Medieval: Los Campesinos y el Miedo).
Y aunque teníamos, como todos los hermanos, la costumbre de
discutir y hacernos bromas y “cargarnos” hasta terminar bastante
heridos a menudo, en ese día caminábamos muy serios y unidos por la
calle, en silencio, con la idea de algo poderoso, inexpresable, que nos
envolvía en su aura.
No era tan sólo que sabíamos que -justo a las doce de
la noche- algo nos esperaba colgando del arbolito, ni la sorpresa ni
la expectativa de muñecas y trenes (
Juegos y juguetes tradicionales).
Para cuando nació mi hermana menor, ya éramos mayores -nueve, diez y once años.
Entonces la inocencia se nos fue, y para asustarla a ella, mi
hermosa beba Huerto -es su nombre-, que en realidad era la “buena”, la
que mejor se comportaba de los cuatro, deslizábamos sutilmente en el
árbol delicados paquetes con cintas de colores que contenían… ¡carbón!
Se nos había dicho que el carbón era el castigo de los pequeños
“pecadores”, y agriábamos la Nochebuena de Huerto con los primeros
regalos que empezaban a aparecer en el árbol, aunque mis padres la
calmaban y le entregaban los auténticos, los que el Niño Dios
efectivamente había dejado para ella.
Pero el goce de los tres niños malos era casi tan grande como
cuando -de muy pequeñitos aún- sentían ensanchárseles el pecho con la
idea de que el Niño naciera. La maldad y la bondad vienen del mismo
lado del corazón, parecería.
La adoración de los magos
Busco entre mis pocos libros de arte el de Leonardo da Vinci -para
inspirarme con el Nacimiento-, y encuentro La adoración de los magos,
que está en la Galería de los Oficios, en Florencia. Pero no encuentro
la alegría de mi infancia, ni siquiera la pobre alegría que de modo
convencional hoy día me produce esta fecha. ¡Oh, Leonardo!, ¿qué
conocías del futuro y del mensaje que podría traer para nosotros
nuestro Niño?
Y no soy yo, es él…
Quiero decir que no me estoy imaginando dolor en ese cuadro, sino
que el dolor está presente. Busco unas páginas al final que hablan de
cada obra y al hallar
La Adoración de los Magos lo corroboro:
…hasta entonces el tema de la Navidad había quedado ligado al
anuncio de los ángeles y a la alegría suscitada por él; en cambio,
Leonardo presenta una multitud sorprendida, sobre todo trastornada; en
torno al grupo central aparecen algunos mensajeros celestiales en forma
de maravillosas criaturas sonrientes, pero, en vez de celebrar con
vivacidad un hecho glorioso, se muestran absortos, graves, como si se
tratara de un acontecimiento enigmático…
Además, yo veo tres decadentes y melancólicos reyes adorándolo a Él.
Sugerencias del
Lector
Empresa, Economía
y Negocios
Computación e
Internet
| |
Ciencia y
Tecnología
Salud
Política e
Internacionales
Educación, Cultura
y Sociedad
|