Según Freud -y le creemos (
Biografía de Sigmund Freud)- Schiller (
Teatro) escribe
a Körner: “en los cerebros creadores sospecho que la razón ha retirado
su vigilancia de la puerta de entrada, deja que las ideas se
precipiten
pêle-mêle al interior, y entonces es cuando advierte y examina el considerable montón que han formado” (
El Inconsciente).
A mí me sucede retirarla a voluntad, a la vigilancia de la razón,
digo; como si estuviera mirándome soñar o mirando los sueños de otra
persona (
El conocimiento, un sueño humano).
Patricia
Ella era bella, si se me permite un personaje demasiado
estereotipado que no le quite verosimilitud al relato, y estaba sentada
-le parecía que la vida era que estaba sentada dentro de una carroza, y
que, la vida seguía por sus propios medios, lo que no le resultaba
para nada incómodo.
Ahora me arrepiento de que fuera tan bella puesto que hay que
describirla y no, no lo parecería tanto resumiéndolo en partes: alta,
delgada, cutis de magnolia, grandes ojos de miel. Y tampoco era así:
delgada no era, y mucho menos alta, sus ojos eran castaño de tamaño
normal y relucientes, pero sin miel; y sólo la piel -no sé si era de
magnolia, que es una flor que desconozco- podría describirse con
palabras formales tales como perfecta, pálida, con fragmentos rosados
donde debían estar rosados (no, por ejemplo, en la nariz). Y mucho más
allá no profundizaré en la belleza, porque no sé qué es.
¿Adónde iba Patricia en su carroza? Esta vez, viajaba en un colectivo de la línea 29, y yo estaba sentada detrás de ella.
Y lo que sucedió después, perdonen -pero para nada imaginen algo
obsceno- es imposible de contar. ¿Cómo narrar algo que no sucede? Mejor
dicho, ¿cómo cuando nada sucede narrar algo?
Yo, que estaba sentada detrás de ella, bajé antes, y ni siquiera sé si Patricia era su nombre.
Hubiera sido una gran casualidad.
Por Mora Torres.
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