Tres reyes mandan en el póquer - Editorial
No sé nada de póquer, tampoco sé jugar al truco, el título de esta nota fue extraído de la frase “Tres reyes mandan en el póquer y no significan nada en el truco”, para mí una de las más brillantemente resumidas alocuciones de Jorge Luis Borges.
Creo que el autor se refiere así específicamente a lo gratuito de la injuria, ya que, en efecto, el que agrede, en general, habla un lenguaje diferente al de su agredido, juega al truco con las cartas del póquer, o viceversa <
El juego online: entre el ocio y el negocio>.
El truco, para quienes acaso no lo conocen, es un juego de naipes de origen argentino, se juega con la baraja española <
Inmigración a la Argentina 1830-1950>
Desde las tierras de los hombres antiguos
En las magníficas tierras de los hombres antiguos se reía con ferocidad <
El hombre y el Universo>.
El tiempo fue refinando las costumbres y la risa
pasó a la literatura, a lo escrito, donde se convirtió en un torneo de habilidades tan cruel como los antiguos juegos de la guerra <
Didáctica lúdica: jugando también se aprende>.
Así Quevedo <
La Ilusión. Su relación con sueño y proyecto de vida>, dice -y describe para siempre, de un modo que ya no podrá ser superado, a un narigón:
“Érase un hombre a una nariz pegado…”
y todo lo que sigue en el soneto, por ejemplo la segunda frase: “Érase una nariz superlativa”, podría considerarse “predicado”, siendo el sujeto de tan eximia mofa sólo el “hombre a una nariz pegado”.
Maestro superado
Pero dejémonos de narigones que sólo por la gloria de los ingenios de Quevedo los menciono: mis más caros amigos tienen una enorme entrada al rostro que es su noble nariz, una puerta grande y bien labrada, como cualquier palacio <
Arquitectura de Mesopotamia>.
Dejemos a Quevedo, el enjuiciador de tantas formas, formalidades y narices para pasar a quien considero su heredero legítimo –aunque quizá superador- y que nombré al comenzar
, Jorge Luis Borges, que dice en “Arte de injuriar” que al estudiar en profundidad los géneros literarios, se convenció de que “la vituperación y la burla valdrían necesariamente algo más”:
“El agresor
sabe que el agredido será él, y que cualquier palabra que pronuncie podrá ser invocada en su contra… Ese temor lo obligará a especiales
desvelos”.
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