Espejos adentro de un espejo
Encuentro diarios íntimos por toda la casa (
Derecho de autor y a la intimidad).
Pero hay unos fragmentos de uno que, además, quiere ser “impersonal”.
Sorprendentemente, empieza con un “3 de septiembre” de ningún año, y la
penúltima entrada es del “3 de septiembre” del mismo año o de ninguno (
El calendario).
Pero no, el año parece ser el 2001. Hay una catástrofe y amores
resentidos. Creo que menciona el cacelorazo de diciembre de ese año que
derrocó a un presidente -y todo su gobierno- en Argentina. También la
caída de las torres gemelas de Nueva York… todo es tan oscuro (
Lágrimas de marzo, sombras de septiembre). Paso a transcribirlo:
3 de septiembre
Como era previsible, se había vaciado -tan caro lugar común- ante la
página en blanco. Su pretensión de escribir un diario impersonal había
dado vueltas tantos días, girado, picándole cual avispa celosa, que
ahora lo que debía ser en realidad un listado de sucesos que le habían
ocurrido a “ella” -¿o no, esto no debía ser un simple listado?- le
resultaba duro de cumplir (
Una mirada atrás: rasgos y reflexiones para decidir qué es un weblog).
Se propuso empezar por el día de ayer entonces, ya que el de hoy
acababa de comenzar -eran las diez de la mañana de un domingo, muy gris
por lo demás (
El Clima).
Pero tampoco daba con el tono justo para conmemorar la jornada de
ayer. Sí, pasó la mañana hablando con el autor de un libro que ella
debía editar (
Las Ferias del Libro en la Historia). Una buena charla (
Teocrito), extrañamente serena y productiva -
recuerdo
esa mañana, el autor era Germinal Nougués, con una imponente antología
sobre el tango. Germinal murió sin ver su libro publicado. Aunque
seguramente la productividad había trascendido su conciencia, se había
instalado en su inconsciente, quizá para ayudarla en su nueva tarea de
editora, porque ahora ni siquiera eso podía recordar.
Extrañamente, ahora las recuerdo. Sí
algunas palabras que había dicho, cuando, con el autor, hacían
paréntesis entre las correcciones y aclaraciones del libro y hablaban
“de la vida”. (
La Vida).
Ella había dicho: “¿Sabe?, después de los cincuenta
-aunque los pasé sólo por uno- es cuando empieza uno realmente a darse
cuenta de que se va a morir. Antes uno se cree inmortal”. Desde lejos festejo la coquetería vana y hermosa de “ella”, que aclara que pasó los cincuenta sólo por un año. Y
no era del todo verdad, al menos en su caso. No era verdad porque la
muerte había girado a su alrededor, peor que cualquier avispa, y no sin
aguijón, como en la Biblia. En este momento ella, que por descuido
había escrito con minúsculas, volvió sobre sus pasos y corrigió, en la
computadora eran fáciles los arreglos. Pero había tenido el impulso de
seguir escribiendo, y no obstante corrigió, no lo dejó para después…
Asomado -sí, en masculino, porque se trata de un señor- a este
obstáculo que salvó inmediatamente, apareció en ella la sombra de su
padre -¿pero no estamos hablando de “la sombra”, sustantivo femenino? “Si un defecto, si se puede llamar defecto, tenía papá es que era supersticioso”, pensó.
Aunque, ¿por qué estaba remontándose tantos años, si acababa de
tener en la cocina, mientras desayunaban, un diálogo -hacía años que no
tenían un diálogo sino violentas discusiones cuando se tocaba el tema
que tocaron- con E., la amiga con la que vivía.
El tema era el sexo -acá se ve la lucha por la igualdad sexual,
aborda sin otras previsiones la cuestión de las relaciones, como si se
tratara de una pareja de seres comunes, no de homosexuales (dispénsenme
la ironía remota). Ella siempre comenzaba preguntándole a E.,
porque realmente quería saber, quería entender, por qué hacía quince
años que estaban juntas y más de diez que no tenían sexo; ¿eran o no
una pareja? Le había preguntado por los primeros años de esta relación,
en verdad había sido extremadamente cauta esta vez, cosa inconcebible
en ella, en este tema que la torturaba tanto, de un modo que E. había
debido responder, también con cautela, pero sin violentarse. De todos
modos tampoco tenía muchas ganas ahora de transcribir ese diálogo que
por otra parte -con o sin violencia, en todas sus gamas- se repetía
continuamente: hoy también había dejado escapar el pez de oro, diría su
amado poeta Daumal, el surrealista.
Por Mora Torres.
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