Las ciudades de Borges - Newsletter #457 |
Las ciudades de Borges - Editorial
Resulta curioso que Jorge Luis Borges haya sido durante toda su vida un viajero entusiasta (Inmigración y literatura: el viaje), y más aún durante la segunda mitad de su vida, cuando ya era ciego (Borges, religión y filosofía).
Había ciudades que Borges consideraba suyas, como Ginebra, Londres, la Córdoba de España (
La conquista de Córdoba y su reino) y, por supuesto, Buenos Aires (
Ciudades y escritores). A lo largo de su obra aparecen, entre éstas que fueron sus “diversas e íntimas patrias”, otras con las cuales no tuvo afinidad. Enumerarlas a todas, las amadas y las no tan amadas, volvería a esta nota insoportablemente extensa.
Sin embargo resulta interesante intentar, en una especie de juego que quizá a J. L. B. no le hubiera desagradado, la reconstrucción, a vuelo de pájaro, de algunas de esas ciudades, con retazos de sus textos o con sus originales opiniones.
Ginebra, la de la felicidad
Ginebra, el sitio donde la felicidad es posible según nuestro escritor, resalta en el conjunto de las ciudades borgeanas como la humilde -en el sentido de la ausencia de vanidad, de boato-, la sobria, la sin énfasis: “París no ignora que es París, la decorosa Londres sabe que es Londres; Ginebra casi no sabe que es Ginebra”, afirma, él sí, con algún énfasis (
Suiza). A grandes rasgos, Ginebra es para Borges una ciudad llena de librerías y comercios modernos donde el pasado está presente en las perdurables fuentes y campanas y en las calles montañosas de la Vieja Ciudad, y también en las grandes sombras de Calvino (
La Reforma), Rousseau (
Jean-Jacques Rousseau y la ilusión burguesa de la voluntad general), Amiel, de las que nadie habla.
Un año antes de morir, Borges escribe en 1983, premonitoriamente o quizá obedeciendo a una voluntad que jamás expresó ya que siempre aseguró -también lo hizo en un poema- tener su lugar en La Recoleta (
Historia de la Recoleta…): “Sé que volveré a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo”.
Y en efecto fue en esa ciudad donde murió, y donde está enterrado junto a la “gran sombra” de Calvino.
Por el tranquilo y rojo laberinto…
Londres -toda Inglaterra (
Catalina: el infierno de una reina)- está presente en su escritura, a veces sin ser literalmente mencionada. A otros sitios les dedicó poemas y relatos; a Londres, a Inglaterra, gran parte de su obra y de sus días. Cuenta que con Francis Haslam, su abuela nacida en el sur de Inglaterra, debía, en su infancia, hablar de otra manera que como hablaba con los demás. Creía que esa forma de comunicarse era más respetuosa, más adecuada a una persona de esa edad o quizá un rito familiar indescifrable. Con el tiempo comprendió que ese modo “respetuoso” de hablar era el idioma inglés y no una solemne ceremonia en homenaje a los mayores.
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